sábado, 10 de octubre de 2015
Consortes aparcados
A medida que la democracia ha ido abriéndose paso entre las tinieblas del anterior régimen muchas cosas se han quedado por el camino. Una de ellas ha sido la presencia de la familia del cargo público en el ejercicio de su responsabilidad como tal.
Recuerdo en la transición, -siendo un niño- las largas tardes preparando papeletas de publicidad y de voto para las elecciones municipales de mi pueblo. Toda la familia entorno a una mesa repleta de sobres y votos, participando de la decisión de uno de sus miembros (de su compromiso social) y apoyándolo…¡Qué tiempos!
En aquellos años de la transición la familia participaba bastante de la actividad política del padre de familia (eran muy escasas las mujeres presentes en las listas electorales y mucho más en los escaños), y al cargo se accedía de la mano de la esposa, o incluso de los hijos.
Si tu marido era elegido alcalde -o presidente- automáticamente pasabas a ser “alcaldesa” o “presidenta”…Incluso en algunos casos con asunción de determinadas responsabilidades difusas, casi siempre ceñidas al mundo de la cultura o la acción social; reminiscencias del régimen franquista que tardaron años en desaparecer.
Ayer mismo escuchaba a un conocido periodista quejarse porque le habían invitado en solitario a los actos oficiales de celebración del día de la Guardia Civil en Madrid. No le habían convidado junto a su esposa, y eso era la primera vez que sucedía.
El motivo era lógico y entendible; para hacer posible la presencia de más profesionales del periodismo, el ministerio había optado por invitar individualmente a los profesionales y no a sus esposas o maridos.
También ha sido muy notoria la desaparición de los consortes en cumbres de primer nivel como las de Iberoamérica o las que desarrollan los países de la Unión Europea. Tradicionalmente a estos eventos los presidentes acudían acompañados por sus esposas y la ausencia de alguna de ellas siempre daba pie a especulaciones y rumores. Incluso se organizaban cumbres paralelas para esposas de jefes de gobierno, con agendas de contenido social, religioso y cultural.
La llegada de mujeres a diferentes jefaturas de los Estados puso de manifiesto que sus esposos no eran tan dados a acompañarlas en los viajes institucionales, ni a participar en cumbres paralelas. Finalmente a nivel europeo estos viajes de pareja se han quedado relegados prácticamente a las casas reales en visita oficial, mientras que en el protocolo Iberoamericano todavía se resisten a desaparecer, pese a que cada vez son más evidentes las ausencias.
En España la evolución ha sido clara en este tiempo. El presidente Felipe González otorgó a su esposa Carmen Romero una considerable presencia pública, que su sucesor (José María Aznar en 1996) mantuvo con la suya, pero disminuyendo la presencia de una Ana Botella que no destapó del todo sus pretensiones políticas hasta que su esposo dejó la presidencia del Gobierno en 2004.
Tras Aznar, llegó el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, que otorgó a su esposa (Sonsoles Espinosa) un papel todavía más discreto que el de su predecesora, y por último, con la llegada de Mariano Rajoy el papel de la esposa del presidente ha desaparecido por completo, hasta el punto de que la inmensa mayoría de los españoles ni tan siquiera saben cual es su nombre, ni quienes son sus hijos.
La opinión pública española ha pasado rápidamente de considerar “normal” la presencia del consorte en actos sociales institucionales o culturales, a cuestionar y criticar abiertamente la justificación de su presencia como acompañantes en dichos eventos, máxime cuando los mismos puedan ser entendidos por la sociedad como “privilegios” pagados con el dinero de todos.
En solamente cuatro décadas, la política (y buena parte del mundo profesional) ha dejado aparcados a los consortes lejos de la vida representativa de sus parejas, haciendo valer el principio inopinable de que quién sustenta el compromiso y la obligación de representar y defender a los ciudadanos en las instituciones son los propios electos y no sus familias.
Es un “nuevo” concepto que rompe con la monolítica tradición familiar española y que crea una situación de normalidad institucional, en el que la familia queda en el ámbito personal de cada cual.
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