Mientras entre la Europa civilizada se celebra el 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín como un hito de libertad y fraternidad, en otras partes del viejo continente la semilla del odio (el nacionalismo) germina entre el fango de la hambruna intelectual, el populismo y la hipocresía.
Tres décadas después de aquello, resulta que la trasnochada tarea de levantar muros entre personas y culturas, es ahora "novedosa oferta electoral" de los partidos de la ultraderecha.
Mostrarse a favor de la ilegalización de partidos, ha sido la última ocurrencia del neofascismo en nuestro país, pero que nadie se lleve a engaño, porque si la Hidra de Lerna acaba gobernando España, los derechos constitucionales serán pasados a cuchillo del mismo modo que a cuchillo, plomo y bayoneta fueron pasados muchos en la primera mitad del Siglo XX.
El próximo domingo en España la derecha se une a la extrema derecha y a la derecha extrema para afrontar sus segundas elecciones en unos meses. Una maquinaria perfectamente engrasada que ya ha ensayado con éxito los “pactos a tres” en todos y cada uno de los lugares en los que las posibilidades matemáticas les daban la opción de sumar más.
Una bestia con tres cabezas a la que se une la cuarta, y que se nutre del nacionalismo excluyente.
Abascal, Rivera, Casado y Torra son la misma cosa. El mismo perro con distinto collar. No hay diferencia sustancial que los distinga más allá del color de su bandera, y resulta grotesco comprobar cómo rivalizan entre ellos por aparentar ser diferentes.
Los cuatro viven instalados en una cómoda postura inmovilista, reaccionaria y cortoplacista. Una irresponsable posición que está generando inestabilidad política y social en todo el país.
Representan la derecha más radical, y lo de menos es si se envuelven en una estelada o en una rojigualda. Son la misma cosa. El fiel reflejo de un sistema enfermo, que da la misma legitimidad y similar espacio a los demócratas que a quienes buscan destruir la democracia mezclándose en una mixtura perversa.
Y tan ultras son quienes desde la política niegan el genocidio franquista como aquellos que alientan a los disturbios y las algaradas callejeras catalanas en busca de un sueño excluyente que nunca alcanzarán. De una independencia que no verán nuestros ojos.
El nacionalismo es el cáncer de España. Los enfermizos nacionalismos que se abrazan a banderas y lanzan vivas al aire, son el peor enemigo de nuestra sociedad. Aquellos que mientras cacarean y arengan a las turbas, son los responsables de que los verdaderos problemas de España queden en un segundo término, sin atención ni solución.
Las necesidades y los retos de nuestra sociedad son eclipsados por la lucha de banderas y las ansias de oprimir al vecino. La oferta que las derechas han puesto sobre la mesa es clara y nadie puede mostrase equidistante ante ella.
Si el 10 de noviembre las derechas consiguieran el poder, tendríamos por delante días oscuros y tremendos para las libertades y los derechos de las mujeres, pero no solamente ellas se verían afectadas. Cualquier atisbo de independencia intelectual, de garantías y de respeto a las identidades plurales en lo político, lo religioso, lo social o lo personal desaparecería. Porque la extrema derecha no respeta al diferente e impone la uniformidad en todos los ámbitos de la vida.
El domingo tenemos una estupenda oportunidad para gritar bien alto en las urnas que el futuro de España no pasa por su pasado, por regresar a las políticas conservadoras de los años 40.
Que la involución y el atraso que abanderan las derechas nacionalistas no pueden frenar a una sociedad que quiere avanzar en igualdad, dignidad y libertad. Que ningún país ni ninguna bandera está por encima de las personas y que somos ciudadanos de un mundo cuyos problemas habrá que solucionar de forma global respetando la dignidad humana y huyendo de cualquier imposición ideológica.