En estas anodinas jornadas que nos toca vivir, parece que el sentido común y la razón se han marchado de vacaciones dejándonos anclados en el desamparo intelectual. Por ello la vigencia y la equilibrada autoridad de la Constitución Española de 1978 son más necesarias que nunca.
Un texto legal que cumple hoy 41 años, pese a lo cual está de absoluta actualidad, con una potencia estructural -y una carga ética y normativa- que ya la quisieran alcanzar para sí otras leyes que acaban de ver la luz.
La ley más importante del Estado está durando mucho y demuestra vocación de durar mucho más, si le dejan.
Su persistencia inquebrantable no es fruto de la casualidad; nació de dos valores muy evidentes: el consenso y el compromiso. Un consenso urdido por las fuerzas políticas más diversas de aquel momento (algunas incluso antagónicas) y el firme compromiso de todas ellas para acatarla y respetarla. Precisamente el respeto de las reglas del juego es la esencia de la eternidad en este asunto. Mientras la respetemos ella servirá eficazmente a la ciudadanía como viene sucediendo en las últimas cuatro décadas.
Cuarenta y un esplendorosos años han pasado desde su aprobación en referéndum, y bien merecidos tiene los homenajes, recordatorios o actos que en su memoria se puedan realizar en cualquier rincón de nuestro país. Porque si realmente existe un ejemplo destacable de algo que perdure inmutable en materia legislativa, ese es nuestra Constitución.
Esta pasada semana, en el Parlamento de La Rioja celebramos una jornada, ya tradicional, en la cual 240 alumnas y alumnos llegados desde todas las cabeceras de comarca de la Comunidad Autónoma de La Rioja participaron de una actividad en honor a la carta magna.
Llegaban hasta el claustro del antiguo Convento de La Merced en representación de 57 colegios públicos y concertados, para ocupar por unos minutos esos asientos de cuero marrón que normalmente acogen a sus señorías, y lo hacían orgullosas y contentos por poder participar de un acto dentro del Parlamento de La Rioja.
Dedicamos una mañana completa a leer la Constitución, desde su primera frase hasta la última letra de la disposición final; una maratón democrática en boca de quienes son el futuro de nuestro país y tendrán que defender las libertades democráticas en España.
Estas chicas y chicos que participaron en la lectura colectiva, son en esencia el fruto de la propia Constitución. Ciudadanos nacidos en democracia, que han vivido siempre protegidos bajo un mismo paraguas legal, que regula y garantiza nuestros derechos y libertades como españoles, y por encima de todo como personas libres que somos.
Pero últimamente la Constitución Española de 1978 está siendo mal usada de forma torticera e interesadamente por quiénes lejos de aceptarla y asumirla -como la monumental herramienta que es-, lo que intentan es utilizarla en su beneficio, al mismo tiempo que acabar con ella. Y no se esconden para decirlo. Lo hacen abiertamente.
No es ético – ni coherente- apelar a la Constitución como un documento “sacrosanto” para defender cuestiones fundamentales como la unidad de España, y al mismo tiempo pretender que otros derechos tan fundamentales, como por ejemplo el de reunión, se puedan conculcar a capricho si quien solicita realizar una manifestación (o su temática) no es de nuestro agrado.
También es inconcebible que quienes alardean de ser constitucionales, y de amar la constitución y especialmente alguno de sus artículos ( como el 155) al mismo tiempo están reclamando la destrucción del Estado de las autonomías que la constitución consagra; un modelo de Estado -por cierto-, que ha demostrado en las últimas cuatro décadas ser el más exitoso de la historia de España, y el garante de la más eficaz distribución de los recursos del país entre todas las capas sociales, al tiempo que responsable de la prestación homogénea de los servicios y el libre acceso universal a cuestiones tan fundamentales como la educación o la sanidad pública.
La Constitución no es un pañuelo con el que sonarse, ni una excusa para atacar los derechos de los demás mientras exiges que se respeten los tuyos.
No es posible ser constitucional por la mañana y anticonstitucional por la noche. Porque con independencia del número de artículos que la carta magna recoge, todos y cada uno de ellos tienen la misma importancia, la misma vigencia, y la misma validez…Ya sea del artículo 5 o el 155.
Pretender que haya derechos que asistan a unos sí y a otros no, o que la Constitución tenga que ser aplicada a rajatabla cuando a alguno le conviene y obviada cuando no le interesa, no es propio de constitucionales, sino de hipócritas, y la hipocresía es uno de los peores defectos del ser humano…Y el más frustrante para quien tiene que soportarla.
Por todo ello es necesario recordar, que pese a su vigor y a su vigencia, la Constitución Española de 1978 está hoy más en peligro que nunca, más necesitada de respaldo.
Que nadie se olvide de ello.