Hoy se cumplen cuarenta años de la fatal desaparición del naturalista Félix Rodríguez de La Fuente, fallecido un 14 de marzo de 1980 en Alaska mientras rodaba un programa para la mítica serie “El hombre y la tierra”. No es habitual que uno fallezca en la misma fecha en la que fue alumbrado. Félix celebraba ese mismo día su 52 cumpleaños. Más de medio siglo y 10.000 kilómetros, le separaban de su burgalés origen, en Poza de la Sal.
Médico forzado, el Dr. Rodríguez vivió siempre fascinado por la magia de lo salvaje. Una naturaleza pura y fresca que desde pequeño disfrutó en su privilegiado nacedero de los páramos burgaleses.
En una de sus muchas obras editoriales, “El arte de cetrería”, -que devoré con 17 años como nunca he devorado ningún otro libro-, Félix explica que siendo niño observó el ataque certero y mortal de un halcón peregrino, que rasgando la fría mañana acuchilló a un ánade real junto a la charca en la que él se escondía. Un maravilloso espectáculo que lo marcó de por vida.
Para toda una generación de niños y niñas, esas experiencias no estaban al alcance de la mano. Los niños de ciudad no conocíamos la naturaleza y gracias a Félix conseguimos conectar- a través de la televisión y la radio- con un mundo fascinante que nos esperaba a las puertas de nuestros hogares…A escasos metros de la última casa de nuestros pueblos y ciudades. Un mundo salvaje y natural que cada viernes a las nueve de la noche llegaba precedido de una sintonía inolvidable, que forma parte de la memoria musical colectiva de varias generaciones. La cabecera musical de la serie “El hombre y la tierra”.
Una serie documental en plenos 70, que conseguía sentar frente al televisor a las dos Españas. La rural y la urbanita. Dos realidades sociales que por primera vez comprendían el tremendo valor que las especies animales y sus hábitats constituyen. Dos formas diferentes de entender y sufrir la conservación que solo Félix Rodríguez de La Fuente consiguió aunar, trasladando a los urbanitas los problemas que la fauna podía acarrear en el medio rural y demostrando a la España rural que en la conservación de las especies – incluso las más problemáticas como el Lobo- residía el futuro, al tiempo que mostró la cara más tierna y “humana” de la etología animal.
Ante todo, Félix fue más divulgador que científico. Un contador de historias naturales. Una voz aterciopelada de discurso emotivo y transparente. Un narrador irrepetible cuya oratoria directa y documentada abrió los ojos de miles de jóvenes que hoy -desde distintos ámbitos, responsabilidades y actitudes- conforman en nuestro país el movimiento social y científico por la conservación. Nadie ha hecho tanto por la naturaleza ibérica como Félix Rodríguez de la Fuente. Su legado editorial, sonoro, social y cinematográfico así lo atestigua.
Félix no era un ecologista – cómo si fuera poca cosa- sino un excepcional naturalista, que se servía de su extraordinaria popularidad para incidir de una forma soslayada en las conciencias de la gente y en las decisiones de quienes en aquella España de cambios sociales, políticos y culturales se encontraban al mando de las políticas de gestión del medio natural.
Pese a ser un hombre conservador en cuestiones de política general, tenía una opinión firme y favorable al ecologismo. Pensaba:
“los ecologistas desarrollan un papel muy importante y muy positivo, y creo no hay más remedio que tomarles en serio…la filosofía en la que se mueven todos estos jóvenes inquietos, la mayor parte de las veces con un limpio criterio, con auténtica pasión por la vida, es una filosofía positiva. Este movimiento representa una ola que lleva y debe llevar a los responsables de la administración a pensarse las cosas dos veces antes de dar un paso que pueda repercutir negativamente sobre el patrimonio natural”.
En la cima de su fama, rechazó varias ofertas de Alianza Popular (el antecesor del PP capitaneado por Fraga) para ser senador en su Burgos natal y, tentativas desde la UCD, que también rechazó. Para ilustrar su popularidad destacaré que una encuesta realizada en los años 70, reflejó, que Félix Rodríguez de La Fuente era, (después del general Franco), el personaje más conocido por los españoles.
Una treintena de monumentos desperdigados por toda la piel de toro recuerdan a este hombre excepcional…Al que much@s de nosotr@s tanto y tanto le debemos.
Plazas, calles, parques…Muestras de cariño y reconocimiento a un hombre cuya deslumbrante luz borró para siempre las sombras que también tuvo. Alguien esencial sin cuyo esfuerzo pionero nada en la preservación de la fauna y la conservación de la naturaleza en España sería igual.
El mensaje de su vida fue la necesidad de conservar la naturaleza. Y cuatro décadas después, ese mensaje sigue plenamente vigente y es igual de necesario que entonces, al mismo tiempo que una de las grandes asignaturas pendientes de la acción política.
Mientras quede un bosque que conservar o la vida de un lobo por salvar, su voz estará presente en nuestra memoria y en nuestro corazón.