domingo, 7 de junio de 2020

Mínimo y vital


Que la ultraderecha llame “ciudadano Bergoglio” al Papa Francisco, (por mostrarse a favor de la renta mínima vital anunciada por el Gobierno de España) no es otra cosa que la constatación de que la verdadera religión de algunos es la suya propia. Que la usan a modo de tapadera, que se desprende con rapidez al rascar un poco su superficie.

Lo mismo le pasó a Hitler con Pío XII, o a Franco con el obispo Pildain. Cuando lo que dicen no interesa deja de ser tan importante.
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                              No ha gustado mucho entre el conservadurismo patrio la nueva prestación social que el gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos acaba de poner sobre la mesa.
Sus destinatarios, en palabras del Ejecutivo, serán "familias que tienen serias dificultades para afrontar sus gastos básicos".
Ante este anuncio -cristalizado ya en realidad- se retuercen (como escolopendra en el pico de un Cernícalo) quienes en el permanente lenguaje de la autoridad moral son más de dar limosnas que de otorgar derechos. De montar la mesa petitoria bajo palio, que de reconocer la injusticia social que supone la desigualdad endémica que también asola a los países más desarrollados económicamente.

Blindar un ingreso mínimo vital para las personas más desfavorecidas, mientras lo necesiten, es garantizar que realmente existe el llamado “Estado del Bienestar” una concepción,sin duda social, de la administración pública.

El Estado ha de ser garante de derechos para toda la ciudadanía. Del acceso a una educación pública y de calidad, a una sanidad universal, a la seguridad social, al reconocimiento de las personas dependientes, y también a garantizar que cualquier ciudadano que lo necesite pueda acceder a una renta básica y mínima.

Es complicado para todos reconocer que la necesidad y la pobreza extrema conviven con nosotros. También para los gobiernos, porque su solo reconocimiento implica un importante esfuerzo presupuestario al tiempo que abrir los ojos a una realidad social que nos circunda y que no les agrada.
 
Ante la pobreza extrema solamente caben dos acciones, combatirla con políticas activas de integración y recursos públicos, o resignarse al sistema actual del limosneo, que vive instalado sobre una caridad liberadora de conciencias intranquilas.

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