Evidentemente, rebatirle a un fascista sus argumentos en el seno de una institución democrática (como un ayuntamiento o un parlamento) es una pérdida de tiempo y un clamoroso error. Si te pones a debatir con uno de ellos, lo único que harás es colocarlo a tu mismo nivel, -darle más espacio y notoriedad- lo que para él será todo un triunfo y para ti una pérdida de tiempo.
Al fascismo no se le discute, ni se le hace entrar en razón, porque es imposible. Los planteamientos estructurales de los movimientos políticos de la extrema derecha son de tal simpleza intelectual que quienes se abrazan a los mismos lo hacen a través de una educación con graves carencias, o en el mejor de los casos, a consecuencia de traumas sufridos por la incapacidad personal para dar solución a situaciones vitales complicadas, y ante las cuales solo han visto la salida fácil de culpar a otros de sus fracasos y frustraciones. Inmigrantes, judíos, feministas, negros u homosexuales son algunos de sus chivos expiatorios.
Lo que realmente buscan quienes dirigen estos movimientos políticos, es contagiar su ponzoña a
una parte importante de la sociedad, que trascienda a ese limitado porcentaje
de acólitos potenciales antes mencionado, provocando una involución social, que siempre pasa por la previa destrucción de Estado.
Algo de lo que tenemos algunos ejemplos palmarios en la historia de Europa,
principalmente en Italia en 1922, Alemania en 1933 o España a partir de 1936.
El fascismo surge en Italia en 1.919 como el resultado inesperado de un turbulento y dilatado intento de revolución proletaria, que no llegó nunca a cristalizar. Este fracaso generó una frustración popular que aprovecharon algunos para poner en marcha un movimiento caracterizado por su disciplina férrea, por su enérgico discurso populista y fuerza de acción, un nacionalismo exacerbado y sobreactuado, al mismo tiempo que un evidente desprecio hacia las leyes. Porque el fascismo cuestiona la propia legalidad en sí misma, y busca siempre su deslegitimación. Pone en cuestión el Estado y el orden establecido.
Su impulso
fundamental es el odio hacia el “enemigo”, con independencia de que este sea
interno o externo, unido a un culto extremo al belicismo y la creencia de que
la única solución de las discrepancias vendrá mediante el uso de fuerza. Para
ellos el enemigo es cualquiera que no piense del mismo modo…Musulmanes, homosexuales, comunistas, extranjeros…Lo mismo da.
El Estado
liberal italiano no era consciente en 1.919 del peligro que el nuevo movimiento fascista
suponía, pero en octubre de 1922 la marcha sobre Roma de Mussolini con sus “camisas
negras” fue el primer aviso al mundo de lo que estaba por venir; una revolución
contra el Estado, pero desde su interior.
Ese fascismo
incipiente fue posteriormente exportado, copiado o emulado en su literalidad en otros
lugares. El Propio Hitler carecía del menor pensamiento propio. Todo lo que
salía por su boca y por la de quienes le asesoraban estaba ya usado. Todo
repeticiones y teorías de la conspiración, señalando a otros como los
responsables de las desgracias de Alemania.
El fascismo de principios de siglo XX en Europa, es el mismo fascismo de hoy. Un movimiento político primario sin posibilidad alguna de evolución, pero al mismo tiempo fascinante y fascinador, asentado sobre el sentimiento nacionalista infundado, la exclusión del diferente y la imposición por la fuerza de su propia ideología. Poco o nada ha evolucionado en su esencia.
Mientras los
nuevos partidos de la extrema derecha europea preconizan y dicen abanderar “la libertad”,
la realidad es que sus hechos y sus palabras nos demuestran lo contrario. Todos
los avances sociales y las libertades tanto individuales como colectivas en Europa y en
España han sido, son y serán cuestionadas y el principal objetivo de su oposición.
La propia
Constitución de 1978 en su momento, las leyes de educación, los derechos de la mujer, el divorcio, el matrimonio igualitario, la ley del tabaco, la ley de muerte digna, la ley
contra la violencia de género, los derechos LGTBI+…Cualquier avance social o reconocimiento de
derechos ha sido atacado por la derecha radical. El fascismo siempre es “contra las libertades”,
aunque también siempre se nos quiera vender como todo lo contrario, como la “derecha
libertaria” que coloca la libertad del individuo por encima de cualquier cosa. Mentira monumental. Un Oxímoron infumable.
Los nuevos
fascistas del Siglo XXI, los de las redes sociales -y escaño en las
instituciones- lo que necesitan hoy para sobrevivir es que se les preste
atención, que los medios de comunicación les ayuden a difundir su mensaje de odio y exclusión, que se les discuta y se les otorgue la posibilidad de entrar en el
debate en las instituciones. Por eso mismo es más necesario que nunca no hacerlo. No darles la
oportunidad. Aislarlos social y políticamente con un verdadero cordón sanitario…Y
destruir una a una todas sus falacias en cada lugar en el que sea posible, en cada tertulia política, en cada programa de radio, en cada artículo. Porque como dijo Buenaventura Durruti: “Al fascismo no se le discute…Se le destruye”
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