Muchas veces se ha culpado a la caza de ser la responsable de la extinción de algunas especies, en ocasiones con toda la razón y en otras sin la más mínima. Ahora que la caza se está extinguiendo poco a poco, tal vez sea el momento apropiado para identificar someramente algunas de las causas.
A finales del siglo XX en La Rioja practicaban la actividad
cinegética legal 15.000 personas. Para ser más exacto, y siempre (durante todo este artículo) según los
registros oficiales de la Comunidad Autónoma de La Rioja, existían un total de 14.911
licencias de caza en vigor a 1 de enero de 1999. Era el punto álgido de la actividad
cinegética, y los entonces responsables de la Federación Riojana de Caza (bajo
la presidencia de Pérez San Baldomero) sacaban pecho con semejante número de
licencias.
Eran otros tiempos y tanto los directivos de la federación
como los propios cazadores -y las sociedades de cazadores- andaban recuperando las poblaciones de conejo, mejorando la
infraestructura de bebederos, redactando novedosos planes técnicos de caza para sus
acotados, luchando contra el furtivismo y ocupados en todas las cuestiones inherentes a quien
está más preocupado de lograr una correcta gestión y aprovechamiento del
recurso cinegético…que de meterse en política.
La cosa ha cambiado mucho en los últimos 25 años en el campo, en la sociedad y todavía más en la gestión de la actividad cinegética, que algunos consideran deporte. También ha cambiado el medio ambiente, el clima y las prioridades.Entre los años 1989 y 2019 (tres largas décadas) hemos sido testigo en primera persona de estos cambios a pie de monte y codo a codo con la caza y su gestión.
Hay muchas causas que pueden justificar el desplome en el número de aficionados a la caza en nuestro país, buena parte de las cuales seguramente ignoramos. Lo que está fuera de toda duda es que el cambio de mentalidad de la sociedad, (que en su inmensa mayoría es desconocedora del papel beneficioso de la práctica cinegética puede aportar en determinados ámbitos) lleva una dirección claramente contraria a la muerte de seres vivos por diversión o “deporte”. Las nuevas generaciones en nuestro país rechazan mayoritaria y frontalmente la caza, y tan solo en los ambientes más rurales se ve como algo normal que un muchacho o muchacha de tan solo 14 años pueda salir con un arma de fuego al monte (en compañía de un adulto) a matar animales.
También los cambios en la explotación agraria del campo español han transformado el escenario de la caza, haciéndolo menos atractivo y más estéril. Circunstancia que en La Rioja ha sido especialmente elocuente con cultivos como el viñedo. La agricultura intensiva moderna y su ocupación despiadada del territorio ha supuesto en los últimos 50 años un impacto en los ecosistemas que también ha afectado trágicamente a las especies cinegéticas. Algo que sin duda habrá animado a muchos practicantes a colgar su escopeta.
La legislación sectorial, la mayor regulación y la burocracia habrán
desanimado a otro buen puñado. Es una queja recurrente entre el colectivo, que
puede compartirse o no, lo cual no evita que sea un motivo evidente de
desafección para algunos.
La falta de renovación generacional en muchas sociedades -y
localidades- ha mermado los censos de cazadores hasta dejarlos en su mínima
expresión y muy envejecidos. No hay relevo generacional y las bajas por edad no
son repuestas por nuevas incorporaciones.
Si en 1999 casi 15.000 personas practicaban la caza en La
Rioja, a 1 de enero de 2023 eran tan solo 9.618, de los que únicamente 6.525
estaban empadronados en La Rioja, ya que el resto son licencias que sacan
cazadores de otras comunidades que en ocasiones puntuales (recechos, batidas,
puestos de palomas, etc.) aspiran a visitar La Rioja.
6.525 cazadores riojanos y riojanas, que representan tan solo
el 2% de la población, frente al 98% que no caza.
Si nos fijamos en los registros de cazadores en los últimos 25 años, vemos con claridad que el mayor descenso de practicantes se ha producido en la última década…Entre 2012 y 2022. Concretamente a 31 de diciembre de 2011 existían 12.937 licencias que a 1 de enero de 2022 eran tan solo 9.618. Una pérdida de 3.319 practicantes en tan solo una década. Con esta progresión en la perdida, no sería descabellado pensar que en un par de décadas más, la caza será una actividad marginal y residual en nuestra comunidad.
Pero no podemos pasar por alto un aspecto que también ha
tomado protagonismo en el panorama cinegético de nuestra comunidad (y en otras
regiones) en la última década, y ese no es otro que la mezcla de la actividad
cinegética con la política. Hay mucha gente dirigiendo este mundillo cinegético
que parecen andar más preocupados de influir políticamente – y de auto promocionarse- que de trabajar por mejorar las condiciones del medio en el que practican su
actividad aquellos a quienes supuestamente representan. Y por más que se empeñen, la caza -al igual
que la tauromaquia- no es un asunto ni de derechas ni de izquierdas. Esa politización extrema de los últimos años también ha desanimado y desanima a muchos, que huyen hastiados.
Por todas estas cuestiones y alguna más, los que practican la acción cinegética desde la independencia
ideológica y la racionalidad consciente de la importancia de la misma, tienen muy claro cuál es el camino a seguir…Mejores
planes cinegéticos, actuaciones para la mejora ambiental de los ecosistemas, medidas de apoyo y fomento
para las poblaciones de las especies cinegéticas y también de las no cinegéticas,
mejor formación para los cazadores, mayor respeto a la normativa ambiental y
menos intoxicación política…o en menos de dos décadas no quedará nadie.
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